Compartimos dos textos sobre el Día de la Abogacía escritos por integrantes del Consejo Directivo del CAER que tienen en común el orgullo que nos despierta la profesión que ejercemos.

 

 

Ser abogado es asumir el compromiso ético de abrazar valores que defienden la vida, la libertad, el honor, el patrimonio, la moral y también la igualdad de las personas. Nada puede importar a un abogado más que el triunfo de dichos valores porque cuando eso ocurre se ha alcanzado la Justicia que es el objeto más preciado de cualquier sociedad, pues todas las virtudes se basan en la Justicia y la Justicia se basa en la idea del bien, el cual es la armonía del mundo.
La Abogacía es una actividad esencial para garantizar la Tutela Judicial, sin Abogados no hay servicio de Justicia y sin justicia no hay paz social posible.
Por eso cuando cada 29 de agosto se celebra el Día del abogado en homenaje al letrado, jurista, economista, diputado, escritor y autor intelectual de nuestra Constitución Nacional, don Juan Bautista Alberdi, los abogados nos convocamos en la celebración de nuestro día y a rendir respetuoso homenaje a aquellos Abogados que sacrificaron el bien más preciado en un hombre que es la propia vida, en defensa de los valores que nuestra profesión nos compromete honrar”.

 

¡FELIZ DÍA DEL ABOGADO!

 

Dr. Miguel Ángel Martínez

Vocal del Consejo Directivo del CAER

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Tensores de la Justicia

Por María Marta Simón* 

Cuando estudié Derecho Romano en la facultad, hace muchos años, me enseñaron que en el año 200 después de Cristo, en Roma, un jurista llamado Ulpiano sostenía que los principios clave que deben regir a una sociedad son: “vivir honestamente, no dañar a los demás y dar a cada uno lo suyo”. Estas tres reglas básicas formaban para él el Derecho.
Estos principios tan simples pero fundamentales y su finalidad, la de conseguir un “estado de derecho”, la posibilidad de una convivencia social en paz y organizada, son o deberían ser las bases y los cimientos de nuestro sistema de justicia.
Lo estudios y el ejercicio de la profesión se encargaron de demostrarme que esto es muchísimo más complejo, que muchas veces los conflictos que surgen por vivir en comunidad y en sociedad no tienen una resolución fácil ni justa.
Pero hay muchas veces que sí, que el sistema funciona. Cuando se consiguen soluciones que realmente gravitan en la vida de las personas y la mejoran es indescriptible la sensación que se siente, como profesional de la Abogacía, de ser parte de engranajes que permiten que, a pesar de todo, la humanidad pueda seguir sosteniendo su vida en sociedad, creciendo en el respeto y aprendiendo a convivir, abonando a la paz social, tan importante y necesaria.
Esto no significa ganar siempre. A todos los abogados y abogadas nos ha tocado la difícil tarea de explicarle a una persona que ha puesto su conflicto en nuestras manos que no le han dado la razón, que se ha peleado duramente pero que las leyes o la interpretación de los jueces de esas normas no ha sido en su favor. Incluso en esos momentos, como a tantos otros profesionales en otros difíciles momentos, el sostén y acompañamiento ayudan a una resignación. Si el cliente entiende que se hizo todo lo posible pero que, en su caso, su reclamo no correspondía, más allá de su pérdida, entiende que son las reglas de la sociedad en la cual vivimos.
En un momento en el cual nuestro trabajo es tan vapuleado, resulta fundamental resaltar nuestra labor permanente para mejorar el servicio de Justicia, cuando este trabajo se hace con profesionalismo y responsabilidad.
Si me preguntaran hoy por qué elegí ser abogada, respondería -como tantos otros colegas a los que respeto y admiro- que me encanta poder ser un instrumento para ayudar a las personas a hacer valer sus derechos y sentir que, con mi trabajo, puedo de alguna manera ayudar a que la sociedad en la que vivo sea un poco más justa.
Nuestra labor merece el mayor de los respetos. Sin abogados ni abogadas, no hay Justicia. Sin el trabajo arduo y silencioso de tantos colegas no existiría la paz social, regresaríamos a “la ley del más fuerte”, del “sálvese quien pueda”; no existiría un mecanismo para hacer valer los derechos y las garantías que tanto le ha costado conseguir a la humanidad.
Pero sí entiendo que el respeto por nuestra profesión debe empezar por cada uno de nosotros, en el ejercicio de la misma. Somos la voz de nuestro cliente en un sistema complejo, con fallas, y que puede y debe mejorarse.
Somos la parte más débil de este sistema, es cierto; los que ejercemos la profesión de manera independiente dependemos de nuestra labor diaria, estresante, extenuante y muchas veces de difícil reconocimiento, para subsistir. Presentamos el caso, armamos una estrategia dentro del proceso, la llevamos adelante, contenemos a nuestros clientes, solucionamos conflictos que surgen del mismo trámite (dentro y fuera del proceso), corremos con los plazos, controlamos las resoluciones, evaluamos la labor del juez, su aplicación de la ley, y a veces este trabajo nos lleva años. Somos la parte más débil, pero jugamos un papel fundamental en el servicio de Justicia: como los tensores de los engranajes, que hacen que estos funcionen. O los tensores de los puentes, que sostienen la carga, y hacen de nexo entre las partes (las orillas), abren camino, trabajan y hacen de soporte para llevar a todos más allá. Algo que, a veces, la sociedad y el propio servicio de Justicia no entiende como debería.
En el Día del Abogado, se impone una reflexión: colegas, reclamemos y exijamos y merezcamos cada vez más el lugar de tensores de Justicia que ocupamos. Ocupemos el espacio que tenemos con dignidad, seriedad y responsabilidad.

 

*Abogada, Vocal Titular del Colegio de Abogados de Entre Ríos, Abogada designada por el CAER en la Comisión de los Derechos de la Mujer en la Federación Argentina de Colegios de Abogados (FACA), Integrante de la Comisión de la Sección Gualeguaychú del CAER.